Por
Xabier Etxebarria
Publicado
en EL HUFFINGTON POST: 11/01/2013 08:02
¿Se
imagina usted en un país extranjero, al que haya tenido que viajar, por placer,
por inquietud o por necesidad y que en ese lugar, en el que no tiene amigos en
los que apoyarse, tenga que sobrevivir? Las respuestas pueden resultar
sencillas, quizás porque el lector es viajero o ha sido emigrante y haya tenido
que buscarse la vida en situaciones límites. Pero añadamos más circunstancias.
El viaje ha sido por un tiempo largo; no se puede volver al país de origen
porque está en conflicto bélico o porque en él no se puede sobrevivir: ni hay
trabajo, ni sanidad... sólo pobreza.
Y
en la calle de ese país, cuando buscas a alguien que te ayude o te acoja en su
casa, o en una institución benéfica, aunque sea temporalmente hasta que puedas
regularizar tu situación administrativa y encontrar un empleo, aunque no sea
legal para ganar unas monedas, no lo encuentras. Nadie parece escuchar tu
necesidad. A los días, hablando con personas que se encuentran en tu misma
situación de extrema precariedad comprendes lo que está ocurriendo: los últimos
que ayudaron altruistamente a extranjeros en situación irregular están siendo
juzgados y se enfrentan a una pena de cárcel. No puede ser, te dirías... si es
para ayudarme, ¿dónde está el delito?, ¿qué daño hace mi benefactor?
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